jueves, 13 de marzo de 2008

Tiempo de trabajo: Edificios inteligentes


En estos días tengo que estar en casa a la espera de que me “arreglen” los desperfectos de mi nueva casa. Los distintos “currantes” (que nadie se ofenda, pero me refiero a esas personas que trabajan de allá pacá, furgoneta en mano, profesionales autónomos de la chapuza) me suelen decir “Tu tienes pinta de ser oficinista, se te ve que no padeces los rigores de la vida”. Dejando a parte el bonito término indefinido que nos aplican a todos aquellos que tenemos un porcentaje de callos corporales inferior al 5% y que tenemos la “suerte” de tener un ordenador como herramienta de trabajo (por eso les llamo “currantes” ¿o es que no puedo meterlos a todos en el mismo saco como hacen ellos con el resto?), me troncho yo de lo de lo de “no padecer los rigores de la vida”, y no dejo de pensar en eso que la gente denomina “edificios inteligentes”.

El edificio inteligente se caracteriza por estar revestido de una cristalera de efecto lupa que al margen de la estética, convierte el interior del templo laboral en un horno crematorio. Eso si, deja pasar la luz (y con ella los dichosos reflejos) por lo que las persianas siempre tienden a estar bajadas (si las hay!!!!). Adiós al hipotético paisaje habrá que concentrarse.

La cristalera efecto lupa se combina acertadamente con el aire desacondicionado. Sistema generador de microclimas (o te cueces o te hielas), tiene como máximo representante la corriente de aire gélido, más conocida por chorrocabrón. Estratégicamente diseñado para apuntar a las cabezas de las féminas de la oficina (cuanto más escote mejor) no impide que el resto de la población oficinista, esto es, los hombres trajeados y encorbatados, suden como cerdos. El chorrocabrón ha acabado con aquello de “uy que estrés, este fin de semana tengo que guardar la ropa de invierno y sacar la de verano”. Ja! La de verano la sacas igual pero la de invierno te la sigues llevando a la oficina en una maleta, igualito que si te fueras de vacaciones (me llevo esto pal frío de las manos, esto pal cuello, esto pa los pies, etc. etc.).

Aun siendo un elemento bastante representativo, el chorrocabrón tiene que pelear duramente con el virus mutante por hacerse el amo de la oficina. El virus mutante surge de la esquina norte del edificio en la estación veraniega (propiciado sin ninguna duda por el microclima polar del chorrocabrón). De ahí se va desplazando hacia el sur, planta a planta, dejando un reguero de toses, mocos, narices escocidas y bajas por enfermedad. Y cuando uno se cree que ya lo ha pasao, pasa un mes y lo vuelve a pillar, porque el “virus mutante” como su propio nombre indica ya se ha transformado en una cepa completamente distinta y más virulenta si cabe a lo largo de todo su recorrido por el edificio. ¿Hay algo más triste que tener un gripazo en pleno agosto????? Pues sí, el estar de baja por contractura muscular y con un gripazo de narices en pleno mes de agosto. Porque la población oficinista, en un porcentaje considerable, vive pegado a su querido amigo: “el arrastrable”.

El arrastrable” no es otra cosa que su pesadísimo ordenador portátil. El portátil tiene todos los ingredientes para garantizarte una contractura muscular múltiple en un plazo inferior al año (cuello, hombro, muñeca, espalda, ¿sigo?). Si viajas te da porque lo llevas siempre a cuestas por los aeropuertos del mundo (horror! Y encima entras en contacto con otras cepas extranjeras del “virus mutante”) y si no tienes que viajar (razón por la cual no se entiende que aun así anden distribuyendo portátiles entre los empleados) te beneficias de los efectos de su ínfima y bajísima pantalla (contorsionismos para evitar el reflejo), su teclado raquítico y, oh por Dios! la estrella: su ratón clitoriano (pulso de cirujao oigaaaaaa!).

Así que ciega, herniada, helada y con la nariz pelá, me va a decir a mi el “currante” que no padezco los rigores de la vida!!!!!! Al próximo que me lo diga me lo traigo a mi Edificio inteligente como mínimo hasta emparentarle con el virus mutante, ¿A ver quién dura más?

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